Busqueda de la facultad del ingenio en la poco sencilla creatividad cómica

La risa es la auténtica medida de la felicidad.



domingo, 8 de mayo de 2011

La barba peregrina

El caminante no quería que los demás peregrinos supieran que él no era un caminante cualquiera, por ello llevaba sombrero de gran calado, que además le protegía de los rayos solares, gafas oscuras y se había dejado crecer la barba, que de paso le evitaba el tener que afeitarse a lo largo del camino y el cargar con los útiles del afeitado. Anónimo se sentía protegido, resguardado de las inclemencias de la  masa voraz de autógrafos y de anécdotas que enriqueciesen su experiencia anodina. Iba solo y no necesitaba a nadie, bastante acompañado se sentía durante todo el año, ahora necesitaba un poco de paz, e incluso necesitaba descansar de él mismo, de él que era tan admirado y solicitado durante el resto del año. Que bien se camina  solo, sin obligaciones, descuidando todo convencionalismo social.
Se paró en la fuente a beber y cuando levantó la cabeza para seguir, no le extraño nada, le pareció lo más  natural del mundo, sabía que aquel viaje de sacrificio para descompensar los privilegios de aquella gran vida que llevaba llena de éxitos y satisfacciones, no sería, en el fondo, diferente a su modo real de vivir, solo que había abandonado aquel camino de mieles al que estaba habituado para conseguir de forma espontánea, natural, aquel asunto que en la adolescencia había dejado pendiente del azar; allí estaba ella, su gran amor que se fue sin despedir y sin consumar aquella tan importante relación afectuosa que hubiese sido cuestión de unas semanas más. Otra vez el destino le ponía en su camino aquel amor pendiente de saldar.
Se acercó a ella seguro de si mismo, no le importó saber que ella estaba acompañada, se dirigió a ella con entusiasmo: Margarita, soy yo Antoñito, tu vecino del pueblo¡. Esperó sonriente que ella se lanzase a sus brazos y le recordase lo que le había echado de menos. Ella lo miró con incredulidad, no puede ser, dijo, no puede ser que esto me esté sucediendo a mi. Si, yo soy Antoñito el de tía Mercedes, aquel con el que bailabas agarrado en el baile del pueblo, dijo e hizo ademán de acercarse a ella para abrazarla. El acompañante salió a su encuentro y le paró en seco cogiéndole del brazo. Él la miró solícito, como pidiendo que diese orden a aquel energúmeno de que le soltase. En efecto, ella pidió a su acompañante que soltase a Antoñito: Sueltalo Pepe, que por lo que se ve este chalao delira y tiene pinta de estar lleno de piojos.
Según veía como se alejaba quiso decirla que el ya no era Antoñito que era Don Antonio Colina y que se arrepentiría toda la vida de no haberle reconocido, pero recordó que estaba realizando el viaje de forma anónima. La barba, la culpa ha sido de la barba.

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