Busqueda de la facultad del ingenio en la poco sencilla creatividad cómica

La risa es la auténtica medida de la felicidad.



domingo, 15 de mayo de 2011

El vecino lechuguino

El primer día me pareció un lechuguino, no me equivoqué, resulto ser un lechuguino grandísimo horticulano. Dicen que la primera impresión es la más certera y resultó que es cierto, tendré que ser más intuitiva a partir de ahora y confiar más en mi instinto.
Este lechuguino vivía de alquiler en el quinto, dos pisos más arriba de la casa de mis padres donde yo vivía pensado en abandonarles pronto cuando en poco tiempo me casara con Jorge, mi novio de toda la vida.
Luego el lechuguino fue entrando en escena, unas semanas de poco trato iniciales, pero cuando me lo encontraba en el portal se comportaba simpático y dicharachero. Las vecinas del cuarto me dijeron animadas que era ingeniero, pero a mi no me daba buena espina,  un inquilino más de los muchos que habían ido pasando por el quinto.
Un día que yo iba contenta y feliz por una de esas alegrías que te da la vida casi sin merecerlo al encontrar trabajo por medio de Jorge en la empresa de un familiar suyo, para descompensar (pues la vida  te quita en un aspecto lo que te sobra en el otro), me encontré a lechuguino en el ascensor y manifesté mi alegría contándole de manera atropellada y sin pensarlo mucho que tenía trabajo y que era muy feliz. Craso error, a un lechuguino no se le deben dar más confianzas de las precisas.
A los diecinueve años la vida no te ha mostrado sus espinas y una todavía cree que predomina la buena gente por el mundo y que si te portas bien con los demás los demás se portarán bien contigo. Cuanta ingenuidad.
A partir de aquel día, noté que se pasaba de rollo y aguantaba las conversaciones intranscendentes más de lo habitual, y a mi no me importaba que se bajase en el tercero y me aguantase el rollo en la puerta de mi casa hasta que por fin lograba meterme dentro.
No era mi tipo, no me inspiraba la menor de las pasiones y no era nada divertido, pero bueno un vecino es un vecino y te lo encuentras en el portal, parece bien informado, total un rato de conversación no viene nada mal en esta acelerada ciudad.
A base de encontrarle en la entrada, en la escalera o en el ascensor me fui acostumbrando a esa cara de lechuguino dormilado que tenía el coliflor. Sonreía como si anunciase una pasta de dientes, hablábamos de frases convencionales como del tiempo, la música o de interés general como que tal te funciona el ordenador o hay una oferta para cambiar los equipos o donde vas a ir de vacaciones, luego fueron los intercambios de discos que el se ofrecía a dejarme para copiar y que por la conversación conseguía que le dejase algunos de los que yo tenía, luego me regalaba cd´s piratas sin que yo se los pidiese: - escucha este disco que es buenisimo.
Más tarde pasó a frases personales nada convencionales: donde trabaja tu novio, cuando quedas con el, con quién desayunas en el trabajo; luego, el muy mamón, con aquello de: - que elegante estás hoy Margarita, o - que bien te sienta este vestido.
Yo siempre sonreía e intentaba ser amable, nunca le decía nada que le contrariase ni le preguntaba nada que no fuese inherente a la propia amistad que parecía que era superficial y de buena vecindad, pensaba que solo le seguía el rollo, pero notaba que su interés iba a más, seguía siendo el mismo lechuguino pero notaba que cada vez iba mejor vestido, más aseado, sonreía más, era mas amable y detallista por un lado, y más pesado por otro.
Un buen día pasó a cortejarme descaradamente, me decía cosas como: - te invito mañana al cine, - acompañas a un viaje a Barcelona en el puente aéreo, - quedamos para cenar esta noche. Nunca le acompañé a ningún sitio, disculpándome con la mayor complacencia, pero sin dar pie a nada. El parecía que las negativas le animaban a ser más descarado y empezó a declararse sin ningún tipo de precaución: - me gustas Margari, - no puedo vivir sin ti, Margarita, - te deseo de forma atropellada como nunca he deseado a nadie más, - cualquier día cometo un desatino como no me des alguna esperanza de tenerte; me decía el muy gallina, que nunca pasó de las meras palabras. Yo me lo tomaba a broma, en verdad pensaba que lo decía para halagarme. No me equivoqué, en efecto era un halagador chabacano, daré más importancia a mi instinto.
Después, pasado el tiempo me dejé con mi novio que se echó otra novia con lo que volver se me hacía imposible. Tuve una mala racha en lo personal, la familia de Jorge al dejarme con el me echo descaradamente del trabajo y estuve un tiempo en el paro, mi madre enfermó y mi hermana en vez de ocuparse de mi madre y ayudarnos se fue a vivir con el novio a las afueras y nos dejó tiradas, los ligues de turno me dejaban los ánimos por los suelos.
De pronto, el vecino verdulín se me apareció como una oportunidad para salir del bache, no me atraía en lo físico, pero era ingeniero y parecía buena persona. Un día que me lo encontré en la entrada, él seguía muy galante y me pidió que le acompañase al teatro aquella noche que tenía entradas, yo me disculpé y le dije que esa noche no podía dejar sola a mi madre, pero que era una invitación muy interesante y que me gustaría que fuésemos otro día o que me invitase una noche a cenar. Noté algo raro, noté que esto último no le gustó, su cara tomo el aspecto de un rictus asustado que yo achaque al factor sorpresa o al propio desasosiego que le había causado mi propuesta.
A partir de aquel día el lechuguino se volvió huidizo y seco, ya no era simpático, aunque intentaba salvar los muebles siendo amable y colocando su cínica sonrisa por encima de aquel sucio bigote del que llegue a olvidar que a veces colgaban restos de cocido; incluso, una vez, me pareció que se entretenía demasiado sacando las cartas de buzón para no tener que compartir el ascensor conmigo. En el fondo me hizo daño, no se deben generar falsas expectativas, al menos me debió invitar a su piso y consolarme la soledad o tener un detalle. No quiero pensar en que circunstancias personales un lechuguino se comporta como un autentico lechuguino.
Un día vi como hacía la mudanza para dejar el piso, subí las escaleras andando para no tener que despedirme, total que podría decirle: ¡que te vaya bien lechuguino!. Debería hacer más caso de mi intuición, la primera impresión es la que vale.

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