Nacemos con un álbum
de cromos bajo el sobaco. Es un álbum que va evolucionando como si una
obligación darwinista la fundamentase.
Al principio, es un
álbum con cuadraditos vacíos que disponen de un número o una indicación para
que el coleccionista sepa dónde colocar los cromos y cuáles. Luego se complica
y coloca logaritmos o determinantes, derivadas, integrales o matrices; más
tarde hay que colocar URLs y aplicaciones muy variadas y que funcionan en un
idioma que apenas se domina.
En este comienzo el coleccionista
iniciático se alegra del surgir de las complicaciones, cada cromo se une a
otros cromos y forma un cromo escénico, o es un cromo trifocal y dependiendo de
la perspectiva se vislumbra una posición u otra de la misma imagen o se
representa una imagen en movimiento como en Harry Potter y se piensa que ya
queda menos para lograr algo mágico.
El álbum se va rellenando y, cuantos más cromos se colocan, más satisfacción se va logrando.
Al final es necesaria cierta
profesionalización para la colocación de las escenas en el álbum y se tiene la
sensación de que estas funciones a quien verdaderamente benefician son a la
generación posterior, más joven y tecnificada, y que uno ha llegado tarde al
reparto de cromos tecnológicos, procurando volver a los cromos de recuadrito e
identificación analógica.
El álbum no sigue
siempre un orden cronológico, a veces sigue un orden temático o emocional,
otras veces sigue un orden caprichoso e incluso de un curso errático, inexplicable
en algún caso.
A veces va por
capítulos y otras por estimaciones.
Allí están las
páginas de los excesos y la de los defectos de aquellas imágenes que ni
siquiera se llegaron a producir, unas veces como hueco renombrado o como
ilusión incompleta.
Los perjuicios y los medros allí aparecen. Los éxitos se
cuentan en páginas de oropel, las penas están en un baúl con los reductos
ocultos. Las derrotas son las precuelas de las victorias, los miedos son las
secuelas de los olvidos en sincretismos interesados.
Los deseos en lugares
prominentes sobre todo los cumplidos, las hambres aminoradas y recubiertas de
posteriores excesos.
Tarde uno se va dando
cuenta de que ya apenas quedan espacios para colocar los cromos y recolocarlos
exige unas cualidades pérdidas o ignoradas, viendo cromos que no se sabe bien porque
están allí si apenas existieron y otros que se recuerdan bien ya no están o no
se encuentran.
Poco va importando
ya, el álbum es definidor del curso pasado y de los cromos futuros, se es el
álbum que se tiene, no importa lo ya puesto y se va sabiendo que lo importante
es seguir colocando cromos aunque estos sean elementales y casi repetidos de
cromos anteriores. Ya no importa que alguien los vea, ni tan siquiera revisar
el álbum para recrearse en los cromos vividos, ahora lo importante es colocar
los cromos y repasar algún tipo de orden o nuevo criterio (por lo general
simplificador). Colocar los cromos es un bien en sí mismo.
Ahí están los olores,
músicas, miradas, satenes, sabores y demás cromos sensoriales. Mudanzas y
recambios, aciertos y huidas.
Todo, todo está en el álbum.
Es este el verdadero álbum de la vida.
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