Vaya por delante que creo que, casi, todos somos más
felices al saber que se han encontrado los restos de Don Miguel de Cervantes
Saavedra, como tan felices nos hace saber que se atribuye científicamente la
autoría de un nuevo cuadro a Don Diego de Velázquez Silva, al igual que nos
haría felices a muchos que se descubriese al verdadero autor de El Lazarillo de
Tormes. Lo que pasa es que después en momentos tenebrosos nos viene la
escéptica versión de pensar que algunos hallazgos están contaminados por
intereses ajenos al ámbito cultural propiamente dicho.
Pasan trescientos años y como que se borra la verdadera
huella del tiempo, falta la auténtica firma, el veraz documento, la incuestionable
prueba del ADN o la irrefutable declaración de un testigo.
En una exitosa serie de televisión del túnel del tiempo
ya están tardando en irse a reunir las pruebas que hagan falta, pero una cosa
es la ficción serial y otra la cruda realidad.
Los expertos se dejan guiar por sumarle porcentajes a la
teoría del 50%, ser o no ser, fifty- fifty, indicios, evidencias, criterios,
suposiciones, declaraciones, votaciones, convencimientos, ausencia de teorías
refutables, unanimidades al fin y al cabo. Eso, todos de acuerdo, nada que
objetar.
Que sí, que es necesario poner las cosas en su sitio y
que esto se tuvo que hacer antes como los ingleses con Shakespeare, pero nunca
es tarde si la tumba es buena. Otros tres siglos y las pruebas habrán ido
tomando rigor. Ahí estarán los informes precisos que el tiempo refrenda, los
trazos, documentos verificadores, la prueba del carbono 14 que falta. Y a quien
le va a importar dentro de unos siglos lo que se está afirmando ahora, el sitio
de culto ya estará consolidado.
El que quiera ver a Cervantes sin dudas debería ir a la
Biblioteca Nacional.
Con estos ganamos todos y el barrio de las letras será
más un barrio letrado (con nuevas placas conmemorativas). Nunca es tarde. Así sabremos que Segismunda es verdaderamente Sigismunda.
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