Busqueda de la facultad del ingenio en la poco sencilla creatividad cómica

La risa es la auténtica medida de la felicidad.



martes, 15 de abril de 2014

Memorias de un Listo Parchisero

Cuando empezó a resentirse la idea de economía localizada utilizada hasta entonces por el equipo, me pidieron que me inmolase, que asumiese toda la responsabilidad, que cargase con todas las culpas ya que era mi responsabilidad y como gestor sin responsabilidad organizativa no complicaría la imagen corporativa.
En aquellos momentos en los que podía esperar que me respaldasen en función solidaridad de unidad en la navegación en el mismo barco, ante signos inequívocos de apoyo les pedí que protegiesen mis intereses particulares, me diesen algo más que palabras; así les solicité algún tipo de garantía de que mi familia y mis pertenencias estuviesen a salvo.
Me miraban como traspasándome, como mirando al fondo de la sala que estaba detrás de mi, así como si los silencios sirviesen para contestar a las preguntas espinosas.
No me amilané y les mande directamente al garete.

Durante unos meses siguieron con tibiezas y mirando con miradas perdidas cuando el tema pasaba a mayores. Definitivamente empecé a preparar mi estrategia, en principio para hacerles recapacitar y que me protegiesen. Pronto me di cuenta de que estaba solo. Solo no, con un par de huevos y mucho que mostrar al mundo.

-         Eres el único que puede salvar la situación, me decían sin más compromiso.
-         No sirve otro, eres el jaque del tablero.
-         Pero bueno, pensáis que soy el  “tonto útil” que se va a sacrificar por unos desalmados que no son capaces de ofrecer algo más que palmaditas,- les dije, esperando en el fondo de mi ser que se apiadasen y me ofreciesen algún tipo de salida airosa aunque mi persona tuviese que pagar gran coste.
-         No es así, no es así, tú eres de los nuestros. Cumple con tu obligación y todo irá bien.- insistían.
-         Y una leche. Queréis que sea el tonto útil. Yo, tonto útil, yo, que lo único que hacia era mandar a mi secretaria que hiciese las tres simplezas que correspondían, y me dabais un pastón por ello.

Siguieron las miradas perdidas,… y rompí relaciones. Empezaron las jugarretas. Cantaba por saetas y por peteneras en cualquier tablao.

Si en verdad pensaban que yo era el único que podía salvar la situación, la situación estaba perdida para ellos. Cerraron filas y se hicieron los suecos; pensaba yo que con intención de salvar los muebles.

Me presentaron como el único culpable que había traicionado su confianza jugando al parchís a sus espaldas, pero puedo demostrar que ellos no jugaban al solitario. Hay emilios que lo saben.

Me quieren dejar sin blanca, pero jugar al parchís no es como Internet y no deja ningún rastro. Yo a lo mío, mío.



Nos hemos equivocado todos. Perderán el mundo si pierden la gloria. Al menos, yo ganaré la gloria si no pierdo el mundo.

Mientras, en la celda de al lado, mi vecino canturreaba este cantar:

No seré yo el que se vaya,
Tú en el paro y yo en el trullo,
Esto se ha puesto canalla,
No quiero hacer el capullo,
Si me dices calla calla,
No montes tanto barullo,
Que debajo está la playa,
Que lo mío será tuyo,
Esto cualquier día falla,
Si revuelvo el cajetín,
Palomita de cazalla,
No juegues más al parchís.
Capullito Capullito,
Capullito de alelí.

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