La jardinera tenía un jardín precioso al que cuidaba con esmero y eficacia, mas todavía le sobraban energías para disponer de un jardín más grande pero siempre le decían que no existían jardines disponibles y que los planes hortofrutícolas impedían que se pudiese poner un jardín en la mayoría de los sitios posibles para evitar el descontrol y, por ello, estaban tan caros.
Enfadada fue a quejarse al gremio de jardineros.
La Agrupación de Jardineros Productores de flores y hortalizas la hizo caso, y sabiendo que el solar para ajardinar era muy caro y que existía una demanda creciente de jardines se propuso abaratar el precio a la vez que aumentaba la cantidad de superficie puesta en producción, elevando la queja a la Gerencia de huertos y jardines. La clave, propuso, era liberar todo el terreno disponible para que aumentase el número de solares, y que cada ciudadano pudiese poner un jardín donde considerase más conveniente, siempre que tal actividad no estuviese expresamente prohibida.
El sistema se le podría llamar: Ley de liberación de jardines y huertos disponibles. Se acompañó de un Plan de Amejoramiento de los Jardines productores.
Se convocó una reunión en la que la Agrupación de Jardineros Productores hizo la propuesta en firme al ayuntamiento:
- “Al ser el terreno de cultivo libre, aumentaría la oferta de terrenos y los precios tanto de los solares como de los productos de cultivo bajarían.
Al bajar los precios de los productos hortícolas estos se harían más asequibles para toda la población, con lo que aumentaría la demanda y consumo de productos frescos y ricos en vitaminas y minerales.
Con el aumento de las ventas mejoraría la renta de los jardineros que podrían contratar jornaleros con lo que bajaría el paro y a su vez aumentaría la producción y la superficie dedicada a la producción de frutas y verduras.
Los precios de los productos seguirían bajando, y con ello aumentaba su consumo por los sectores más desfavorecidos o población sensible como niños y ancianos, y mejoraría los niveles de salud de la población, con lo que se recortarían los costes del sistema sanitario, lo que permitiría disponer de fondos para programas de asistencia social”.
La Federación Internacional de Producciones Hortojardinísticas presionó para que la propuesta se hiciese realidad.
La propuesta y el plan fueron aprobados por unanimidad.
Que bonito, aprobada la norma se denominaba: Ley de amejoramiento y liberación de huertos jardineros disponibles.
En una arrancada de altruismo se garantizó por Norma el acceso de todos los ciudadanos a un huerto de cultivo.
La jardinera con regadera en mano y chicle en boca, se ilusionó al ver la posibilidad de aumentar el negocio, pues pensaba que comprando un nuevo solar con la venta de las flores y las hortalizas el huerto se pagaría solo.
Su vecino compró un nuevo jardín, lo lotificó, y cambio de coche, de casa y se iba de crucero todos los años.
Parecía tonta y no estaba dispuesta a perder más tiempo. Cuando la jardinera acudió a la oficina de ventas el precio de un lote le pareció desorbitante: 15.000 un huerto mayor.
Todo el mundo quería tener un huerto. Los precios de los lotes subieron y subió la producción hortofrutícola.
Al aumentar la demanda, los lotes de huerto fueron subiendo de precio y bajando de tamaño. El dinero empezó a circular a buen ritmo, y todos tan contentos.
El concejal de parques y jardines organizó un viaje a Japón para formación de todos los allegados al departamento. Consortes incluidos, la envidia del vecindario.
La jardinera no dejaba de soñar en adquirir un lote, pero consideraba que estaban muy caros y debían bajar. Todo el mundo la animaba a comprar, mas ella estaba esperando a que bajasen algo los precios.
La Agrupación de propietarios de huertos jardineros organizó mensualmente una cena sectorial con invitación a artistas y danzantes. Todo un éxito.
Luego, el ayuntamiento, para cada solicitud de jardinización, creó una Comisión de Autorización de planes jardinísticos.
Como el dinero era necesario para la compra de jardines y medios de producción las solicitudes de crédito aumentaron y aumentaron. El número de oficinas de crédito se multiplicó por tres.
Como el acceso a las jardines era un derecho y los jardineros pagaban sus cuotas mensualmente, el grifo se abrió a todos los estratos de población, con lo que también aumentó el número de recién llegados, que a su vez obtuvieron créditos para la adquisición de jardines. Los precios subieron exponencialmente, mas todos pagaban sus cuotas. El dinero, nadie sabía cómo pero, entraba a espuertas
El ayuntamiento aumentó los gastos en función de los ingresos crecientes, los costes también crecieron y se creó para aumentar los ingresos una tasa que se impuso discrecionalmente a los solicitantes de huertos cultivados.
Como la Comisión no daba abasto para la aprobación de todas las propuestas de autorización se creó un Plan de Aceleración para la Aprobación de Planes Jardinísticos.
Las comidas de trabajo proliferaron con cualquier pretexto. Regadas habitualmente con vinos DO a 80 la botella.
Mientras, la jardinera el chicle mascaba y con regadera regaba, y por fin se decidió a comprar un lote con todos los ahorros disponibles.
Según iba caminando para efectuar la compra vio un anuncio en una valla que indicaba: huertos a 40.000, y era justo lo que disponía con sus ahorros. Le pareció una locura, pero estaba decidida.
Entró en la oficina de ventas y estaban quitando el cartel anunciador y poniendo uno nuevo: huertos a 45.000.
Vaya, he llegado tarde de nuevo, iré a ver si mi madre
me deja esos 5.000 – pensaba.
Fue a casa de su madre que le dejó los cinco mil, y volvió a la oficina de ventas.
La vendedora le dijo cuando volvió que, además de los impuestos, debía pagar la tasa municipal por adelantado, por lo que le hacían falta otros 4.000.
Estuvo pensando unos días, a quien le pediría los 4.000, por lo que vendió su colección de sellos.
Volvió a la oficina de ventas encontrando un nuevo cartel: huertos a 50.000.
Así, dedujo que jamás reuniría por si mismo la cantidad necesaria para la compra.
Sin perder el ánimo, hizo de tripas corazón y decidió que iría a una entidad de crédito a solicitar el dinero que la faltaba.
Cuando se disponía a ir a pedir el crédito, sopló el chicle y sacó una gran pompa que se infló tanto que al estallar le llenó de goma la nariz y los párpados.
Con mal humor tuvo que ir a quitarse los restos de la cara. Al echarse el agua fresca sobre la cabeza tuvo un escalofrío que vio como una inspiración, aquello era una locura. Nunca volvió a plantearse comprar en aquellas condiciones.
Luego, las cosas empezaron a fallar, los precios de los productos hortícolas cayeron por debajo del coste de producción y todo el mundo empezó a intentar desprenderse de los solares. Los precios bajaron en caída libre.
Y se cerró la Comisión de Aceleración de planes jardinísticos por carecer de permiso demostrable de funcionamiento. Sus dirigentes acabaron en la trena.
No dimitió ni el botones Sacavino.
La jardinera se quedó pasmada del lío que se estaba montando, y ese día, aspirando aire por la nariz, en un suspiro de sarcasmo, se dijo:
- De la que me he librado, bacalado.
Lo que vino después, es…otra historia.
Huertos y hurtos son tan parecidos.
Y de esta entrada que decir ¡¡¡
ResponderEliminarMaravillosa metáfora con una triste realidad. Qué grande eres Sergio¡¡¡
Un abrazo de un acólito de tu blog, por lo tanto, de tu escritura y diversión.