El oso era fuerte y
no tenía dificultades para pasar el río en busca de la golosa miel. En
cualquier época pasaba el río sin apenas mojarse las rodillas, pero ya empezaba
a notar que se estaba haciendo viejo y en las etapas de gran crecida por las
abundantes lluvias tenía dificultades, aún así se las apañaba solo para cruzar
y llegar a los bosques de los grandes enjambres a atiborrarse de miel.
Se sentía un gran oso
al que todos respetaban y muchos veneraban, tenía un gran porte y poderío como
pocos en la región lo que hacía que otros le tuviesen envidia e indisimulado
temor.
Era el oso
individualista y autosuficiente, no se paraba a ayudar a otros a cruzar el río,
iba a lo suyo, aunque no dudaba en engancharse a la rama que llevaban otros
para ayudarse a cruzar el río. Cuando pasaba a la otra orilla, agradecido, propinaba a los tenedores de la rama un fuerte abrazo, estos se marchaban
contentos de haber sido útiles a un oso tan poderoso y sintiéndose
excepcionales por la hazaña.
Al pasar el tiempo
los seres ayudadores del oso se sentían primero cansados, luego agotados, para
terminar lesionados.
Era muy difícil, por
el tiempo trascurrido relacionar la lesión con el abrazo del oso, por ello
llegado el caso los demás no dudaban en dejar que el oso se enganchase a su
rama y a dejarse abrazar una vez que llegaban a la orilla.
Pobrecito oso pardo
Ya apenas toma miel
Debo de abrazarlo
Con cuidado fiel.
El oso al llegar a la
orilla tenía necesidad de abrazar. Al principio su abrazo era suave y cálido,
casi protector, pero se entusiasmaba y apretaba con fuerza.
Con el tiempo un
joven castor pescador lo ayudó a pasar el rio, mas como tenía prisa por volver
a la otra orilla a tensar sus redes no dio tiempo al oso a abrazarlo.
El oso dándose cuenta
del magnífico aliado que podía ser el castor pescador, le quiso convencer de lo
buena que sería una alianza entre ambos: Con tu ilusión y mi experiencia
formaremos un gran equipo y todas las mieles y salmones serán nuestros- decía
el oso dando palmadas en los dos hombros del castor pescador y apoyándose sobre
su aliado de forma afectiva y delicada. El castor pescador era esquivo y no se
fiaba de que con el esfuerzo por pasar el rio el oso se desmayase y cayese
sobre él aplastándolo. Además apenas le veía beneficio a la alianza, mucho que
perder y poco que ganar.
El joven castor pescador
de arroyos turbulentos tenía todas las cualidades que le hacían ser objetivo
del oso abrazador, era joven e inexperto, muy diestro y con gran futuro como manejador
de corrientes y pescador de aguas revueltas. A punto estuvo de estar tentado a
dejarse abrazar y firmar una alianza,
mas no sabía si era pronto para dejar de pescar solo y hacerlo al por mayor, lo
que era un follón; eso lo disuadía, quería ser un joven solitario todavía,
pescar solo para satisfacer las necesidades más perentorias y respetar el
futuro de la pesca.
Luego, un zorro ciego
vate que era ayudado por el castor pescador cada vez que cruzaba el río empezó
a atar datos y a darse cuenta que el único de los que habían ayudado al oso y
sobrevivía era el joven castor pescador y que era el único que no se había
dejado abrazar. Los demás ayudadores según iban pasando a ser los aliados del
oso por ayudarle a cruzar estos desaparecían en las brumas que generaba aquel
cálido abrazo y ya no volvían a ser útiles jamás, lesionados o desaparecidos.
Algunos lesionados
pidieron ayuda al oso hasta recuperarse y obtuvieron la callada por respuesta.
Aquello no pasó inadvertido a los demás habitantes del bosque y en la última
crecida huyeron del oso y no quisieron ayudarlo a cruzar.
El rumor pronto
corrió
Y ya muy pocos
querían
Que les abrace este
oso
Que se les lleva la
vida.
Moraleja joven castor:
Si ayudas generoso al
oso a cruzar el río
Procura que no te
deje el pecho partido.
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