Busqueda de la facultad del ingenio en la poco sencilla creatividad cómica

La risa es la auténtica medida de la felicidad.



lunes, 13 de abril de 2015

De masa ardiente a soufle impaciente

La masa llevaba mucho tiempo calentándose al sol y empezaba a estar a punto. Estaba dura y lista para ser horneada en una receta restauradora.

El cocinero no tenía claro si ponerla rápido en el horno o esperar un poco y meterla fría, ya que esto la receta no lo refería. Quiso ser prudente y la dejó en la mesa de la cocinilla mientras decidía lo que hacía con ella, mientras pensaba indeciso si era el momento o no. Harto de deshojar la margarita llegó el momento de meterla sin más demoras, pero ya la masa había perdido temple y parecía pastosa.

Tras la duda el cocinero había metido la masa en el horno, pero se le olvidó de encenderlo, el horno tenía hollín y no tardó la masa en coger un olor fermentado con tufillo alcanforado.
El cocinero buscando disimular el aroma rancio edulcoró la masa con una pizca de ciclamato, un edulcorante barato, disuelto en agua de azahar.

Mientras se calentaba el horno la masa siguió perdiendo humedad y se agrietó, fragmentándose en capas y evaporándose el aroma original a harina.

Con los trasiegos de meter y sacar la masa del horno la temperatura fue bajando y se puso en dificultad para conseguir la torta que se pretendía,  subió la temperatura, secándose la masa todavía más, por lo que tuvo que ser regada con un poco de salsa de soja, lo que junto al tostado le dio un color oscuro algo raro.

Para calentarla rápido encendió el grill muy alto, lo que hizo que se calentase demasiado por arriba y por abajo con lo que el fondo se quemó y la capa de arriba empezó a ascender y surgió un soufflé duro por abajo y blando por arriba.

El horno empezó a destilar un olor a salami ahumado, alejado del plan que tenía concebido una torta que era lo que se pretendía al principio.   

-        Podemos repetir ahora que ya tenemos experiencia, dijo el cocinero sin agobiarse, pero culpándose de la indecisión.

Miró en la despensa y apenas quedaba harina para la nueva masa.

Y supo enseguida que si se espera demasiado y la masa se enfría, hay que tener buen acopio de harina para la repetida.  


Si  la masa esta fría
Y está el horno caliente,
Se templa el ambiente.

Si el horno está frío
Y la masa está caliente,
Se sube el gradiente.

Con masa y horno calientes
En el punto más ardiente
Es el momento adecuado.

Si horno y masa están fríos,
Y el cocinero está errado,
Acaba un soufflé hinchado.

Moraleja:
                   Cocinero inquieto,
                   Si no sabes hacer la torta,
                   Y ves que la masa se acorta,
                   No te pases de discreto
                   Y dale a lo que importa
                   Para conseguir el reto.

miércoles, 1 de abril de 2015

La maldición del oso abrazador

El oso era fuerte y no tenía dificultades para pasar el río en busca de la golosa miel. En cualquier época pasaba el río sin apenas mojarse las rodillas, pero ya empezaba a notar que se estaba haciendo viejo y en las etapas de gran crecida por las abundantes lluvias tenía dificultades, aún así se las apañaba solo para cruzar y llegar a los bosques de los grandes enjambres a atiborrarse de miel.
Se sentía un gran oso al que todos respetaban y muchos veneraban, tenía un gran porte y poderío como pocos en la región lo que hacía que otros le tuviesen envidia e indisimulado temor.

Era el oso individualista y autosuficiente, no se paraba a ayudar a otros a cruzar el río, iba a lo suyo, aunque no dudaba en engancharse a la rama que llevaban otros para ayudarse a cruzar el río. Cuando pasaba a la otra orilla, agradecido, propinaba a los tenedores de la rama un fuerte abrazo, estos se marchaban contentos de haber sido útiles a un oso tan poderoso y sintiéndose excepcionales por la hazaña.

Al pasar el tiempo los seres ayudadores del oso se sentían primero cansados, luego agotados, para terminar lesionados.
Era muy difícil, por el tiempo trascurrido relacionar la lesión con el abrazo del oso, por ello llegado el caso los demás no dudaban en dejar que el oso se enganchase a su rama y a dejarse abrazar una vez que llegaban a la orilla.

Pobrecito oso pardo
Ya apenas toma miel
Debo de abrazarlo
Con cuidado fiel.

El oso al llegar a la orilla tenía necesidad de abrazar. Al principio su abrazo era suave y cálido, casi protector, pero se entusiasmaba y apretaba con fuerza.

Con el tiempo un joven castor pescador lo ayudó a pasar el rio, mas como tenía prisa por volver a la otra orilla a tensar sus redes no dio tiempo al oso a abrazarlo.

El oso dándose cuenta del magnífico aliado que podía ser el castor pescador, le quiso convencer de lo buena que sería una alianza entre ambos: Con tu ilusión y mi experiencia formaremos un gran equipo y todas las mieles y salmones serán nuestros- decía el oso dando palmadas en los dos hombros del castor pescador y apoyándose sobre su aliado de forma afectiva y delicada. El castor pescador era esquivo y no se fiaba de que con el esfuerzo por pasar el rio el oso se desmayase y cayese sobre él aplastándolo. Además apenas le veía beneficio a la alianza, mucho que perder y poco que ganar.

El joven castor pescador de arroyos turbulentos tenía todas las cualidades que le hacían ser objetivo del oso abrazador, era joven e inexperto, muy diestro y con gran futuro como manejador de corrientes y pescador de aguas revueltas. A punto estuvo de estar tentado a dejarse abrazar  y firmar una alianza, mas no sabía si era pronto para dejar de pescar solo y hacerlo al por mayor, lo que era un follón; eso lo disuadía, quería ser un joven solitario todavía, pescar solo para satisfacer las necesidades más perentorias y respetar el futuro de la pesca.

Luego, un zorro ciego vate que era ayudado por el castor pescador cada vez que cruzaba el río empezó a atar datos y a darse cuenta que el único de los que habían ayudado al oso y sobrevivía era el joven castor pescador y que era el único que no se había dejado abrazar. Los demás ayudadores según iban pasando a ser los aliados del oso por ayudarle a cruzar estos desaparecían en las brumas que generaba aquel cálido abrazo y ya no volvían a ser útiles jamás, lesionados o desaparecidos.

Algunos lesionados pidieron ayuda al oso hasta recuperarse y obtuvieron la callada por respuesta. Aquello no pasó inadvertido a los demás habitantes del bosque y en la última crecida huyeron del oso y no quisieron ayudarlo a cruzar.



El rumor pronto corrió
Y ya muy pocos querían
Que les abrace este oso
Que se les lleva la vida.

Moraleja joven castor:
Si ayudas generoso al oso a cruzar el río
Procura que no te deje el pecho partido.