Ahí me veo yo, en el aeropuerto de Málaga como un
cromo, con los pantalones caídos, la cara encofrada entre la alegría de llegar
al fin a la meta con una sonrisa arrancada y la “V” que recalca un “al fin”, y
el manifiesto cansancio de un regreso agotador, un sombrero en solfa, un
carrito con el equipaje y encima esos abrigos que un verano en Los Alpes no
puede dejar encerrados.
Al llegar al aeropuerto de Múnich tras cuatro horas
en una furgoneta “transfer” que llegó a estar parada en una calma chicha de un
desastre bávaro.
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Que catastrófe, que ca-tas-tró-fe, decía
en conductor Hindú de la furgoneta.
Los bávaros deben estar acostumbrados a esta
circunstancia de que la autovía que une Munchen con su aeropuerto se colapse en
cuanto haya un accidente múltiple y no se oye ningún toque de claxon y ni tan
siquiera hacen nada para que la situación mejore, ni un solo guardia en todo el
trayecto en el que se avanza a paso de tortuga intermitente y en el que solo
los foráneos parecen que intentan avanzar por el andén de la derecha(es nuestro
caso).
Cuando pasamos a la altura del accidente solo había
sanitarios y bomberos que habían abierto un carril auxiliar fuera de calzada y
que por ello se empezaba a mover el atasco.
En el aeropuerto de Múnich hay un silencio inusual y
una tranquilidad desconocida para un establecimiento de estas dimensiones y
actividad. Todo parece programado para que si pierdes el vuelo por
circunstancias sobrevenidas te encuentras más perdido que una cabra en un
garaje y si elevas un poco la voz te sientas observado como una rara avis por
los transeúntes; así es que te sientes en el vacío, te mandan a las ventanillas
de venta de billetes de última hora que tanto ellas como por internet te piden
un precio que ya consideras subido y que cada vez que consultas sube más y más.
El guía español cuando nos despedimos dos días antes me había dicho
que en Múnich apenas se veían policías, que (lo que luego sucedió) podía
suceder que “en cualquier accidente se bloqueara la autovía y se montaba cada
pitoste de mira y no te menees” y me aconsejaba que saliese del hotel con tres
horas de adelanto sobre la salida del vuelo. Le hice caso, pero el retraso fue
mayor y no pude coger ese vuelo ni el siguiente.
Al final la agencia de viajes de Málaga se ocupa y
consigue vuelo y hotel en Madrid con billete para vuelo a primera hora de la
mañana para poder regresar al día siguiente (ni hablar de recuperar los múltiples euros de gastos añadidos).
Feliz, me veo feliz como una perdiz tomando un anís.
Como en casa en ningún sitio ni de perfil.
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