Cuando empezó a resentirse la idea
de economía localizada utilizada hasta entonces por el equipo, me pidieron que
me inmolase, que asumiese toda la responsabilidad, que cargase con todas las
culpas ya que era mi responsabilidad y como gestor sin responsabilidad
organizativa no complicaría la imagen corporativa.
En aquellos momentos en los que
podía esperar que me respaldasen en función solidaridad de unidad en la
navegación en el mismo barco, ante signos inequívocos de apoyo les pedí que
protegiesen mis intereses particulares, me diesen algo más que palabras; así
les solicité algún tipo de garantía de que mi familia y mis pertenencias
estuviesen a salvo.
Me miraban como traspasándome, como
mirando al fondo de la sala que estaba detrás de mi, así como si los silencios
sirviesen para contestar a las preguntas espinosas.
No me amilané y les mande
directamente al garete.
Durante unos meses siguieron con
tibiezas y mirando con miradas perdidas cuando el tema pasaba a mayores. Definitivamente
empecé a preparar mi estrategia, en principio para hacerles recapacitar y que
me protegiesen. Pronto me di cuenta de que estaba solo. Solo no, con un par de
huevos y mucho que mostrar al mundo.
-
Eres el único que puede salvar la
situación, me decían sin más compromiso.
-
No sirve otro, eres el jaque del
tablero.
-
Pero bueno, pensáis que soy el “tonto útil” que se va a sacrificar por unos
desalmados que no son capaces de ofrecer algo más que palmaditas,- les dije,
esperando en el fondo de mi ser que se apiadasen y me ofreciesen algún tipo de
salida airosa aunque mi persona tuviese que pagar gran coste.
-
No es así, no es así, tú eres de los
nuestros. Cumple con tu obligación y todo irá bien.- insistían.
-
Y una leche. Queréis que sea el
tonto útil. Yo, tonto útil, yo, que lo único que hacia era mandar a mi
secretaria que hiciese las tres simplezas que correspondían, y me dabais un
pastón por ello.
Siguieron las miradas perdidas,… y
rompí relaciones. Empezaron las jugarretas. Cantaba por saetas y por peteneras
en cualquier tablao.
Si en verdad pensaban que yo era el
único que podía salvar la situación, la situación estaba perdida para ellos.
Cerraron filas y se hicieron los suecos; pensaba yo que con intención de salvar
los muebles.
Me presentaron como el único
culpable que había traicionado su confianza jugando al parchís a sus espaldas,
pero puedo demostrar que ellos no jugaban al solitario. Hay emilios que lo
saben.
Me quieren dejar sin blanca, pero
jugar al parchís no es como Internet y no deja ningún rastro. Yo a lo mío, mío.
Nos hemos equivocado todos. Perderán
el mundo si pierden la gloria. Al menos, yo ganaré la gloria si no pierdo el
mundo.
Mientras, en la celda de al lado, mi vecino
canturreaba este cantar:
No seré yo el que se vaya,
Tú en el paro y yo en el trullo,
Esto se ha puesto canalla,
No quiero hacer el capullo,
Si me dices calla calla,
No montes tanto barullo,
Que debajo está la playa,
Que lo mío será tuyo,
Esto cualquier día falla,
Si revuelvo el cajetín,
Palomita de cazalla,
No juegues más al parchís.
Capullito Capullito,
Capullito de alelí.