La idea estaba cuajada tras varios
días sobre ella. La palabra “austericidio” era recurrente por lo que debía aparecer
en el título. Buscando rima en pareado el titulo final sería: “No hay mayor
fastidio que un torpe austericidio”. Trataba sobre los recortes y la austeridad
que los imponía que ya en inicio se sabía que por si mismos solo podrían
ahondar el agujero de esta crisis de apariencia tan artificial e irracional.
Alguien había decidido que había que bajar el nivel de la deuda soberana y con
los recortes no hacía más que crecer. La gente con la economía de vía estrecha
o no podía o no debía gastar con lo que bajaban los ingresos fiscales que para
compensar la bajada de caja se aumentaban los impuestos que en un círculo
infernal recortaban la cartera ciudadana ya bastante estrangulada y aún bajaba más
la recaudación, la deuda aumentaba, el déficit crecía y los derechos ciudadanos
menguaban. La espiral austericida.
El tema necesitaba una imagen que escenificase
la historia, y como todas las entradas en paradoja me había llevado a pensar en
una composición con unos objetos que escenificaban simbólicamente la historia:
unas tijeras recortadoras, una cebolla llorona, una guinda pastelera, una
pelota hecha con la hoja salmón de un suplemento de economía, una hoja cultural
en la base, y unos trozos de pan dulce.
El autor no debe explicar su obra
para dejar que el receptor saque sus propias conclusiones, pero en este caso
tampoco creo que hiciese mucha falta.
Las tijeras clavadas en pie sobre la
cebolla sujetada por el pan aprisionarían la guinda quedando al lado la pelota
de papel salmón y todo ello sobre la página cultural. Chupado, solo que las
tijeras no quedaban en pie.
Mientras intentaba afanosamente
mantener el equilibrio de la composición que de forma inestable me impedía
realizar la fotografía un adolescente entró en la habitación al que pedí ayuda
para conseguir que quedase en pie la tijera sobre la cebolla. La ayuda fue
negada en rotundo. Insistí sin dejar de lograr la faena yo solo, mientras le
explicaba que se lo agradecería muchísimo, el adolescente impasible me espetó:
-
No porque lo que estás haciendo es
una tontería.
Le seguí explicando, sin dejar de
intentar la faena, que para mi era muy importante y que consideraba la
composición que estaba realizando de alto valor simbólico, volviendo a rogarle
su ayuda. Con un grito y pretextando su necesidad de desayunar abandonó la
habitación.
No sin penuria al fin logré el
equilibrio deseado de los objetos y realice un montón de fotografías en
diversas posiciones.
Cuando hube acabado me fui hasta
donde estaba el adolescente e intenté explicarle como el año anterior le había
prestado el libro de Karl Jung “ El hombre y sus símbolos” y le animé a que lo
leyese o al menos que mirase sus múltiples fotografías y leyese sus pie de foto.
Aproveche su desconcierto para
explicarle el contenido simbólico de la obra a la que no me había ayudado a
realizar: el llanto y la cebolla, la tijera y la crisis, el papel de periódico
con la economía y la cultura, el pan de si mismo y la guinda del pastel
decrecido.
Como explicación global de la obra
le señale, como le había intentado resumir desde su infancia, el valor de una
palabra clave: trasgresión o el arte de que una obra, aparte de su formato, sea
capaz de no dejar impasible.
Luego, con desagrado tuvo que oír un
sermón sobre la capacidad de negar ayuda al prójimo que se la solicita y
permanecer tan impasible como si se tratase de una obra que no inspira nada o no
se le hace caso. El sermón concluyo con una sentencia: Ayúdate a ti mismo,
ayudando a los demás.
Este relato fluyo de las musas como
un manantial en una primavera tan llovida como esta y al concluirlo se lo pase
al adolescente para que lo leyera. Al rato devolvió el escrito y soltó un
reconfortante:
-
Muy bien, enhorabuena.
Me sonó a gloria, tanto que no me
quepo de gozo.
Vaya, vaya, con el o la adolescente
ResponderEliminarson todos iguales, poco complacientes
si el tema hubiera llevado a un smartphone
seguro que hubiera tenido otra predisposición
pero lo mejor de todo es la buena nueva
de que te dió la enhorabuena