Ya el día anterior, de
camino a Delfos, buscaba respuestas a mis vacilaciones, en espera de que apareciese
una respuesta sin emitir una pregunta concreta; según la respuesta ya podría
adivinarse la pregunta o con la respuesta va la pregunta a la que se podría
estar contestando.
Buscaba respuestas a
preguntas que estaban por definir, por concretar: quiero saber, pero qué es lo
que deseo saber…deseo saber tanto…pero, hay cosas que no quiero saber. Extendido
tengo el temor a que se cumplan los deseos y que se puedan volver en contra.
En lugares mágicos en los que las diferentes
civilizaciones que pasan por allí van colocando sus templos sobre las piedras
de los anteriores – esta civilización recoloca las piedras caídas y envía a
miles de turistas o curiosos-, mi organismo, con respeto ancestral y curiosidad
mítica, sentía de forma consciente la curiosidad: es algo, algo es, algo pasa
¿qué es?, ¿qué pasa si pasa?
No es cuestión de fe en el
mito, es una necesidad de saber más o antes; algo como la influencia de la luna
o la presión de las nubes cargadas de energía que algunos sienten como les
aplatana; luego, fenómenos ajenos se llevan las culpas de lo inesperado nos
suceda. Los astros indican, pero no obligan.
En Delfos, el oráculo es la
respuesta que dan en el santuario las pitonisas, y la inspiración es la gracia
que aportan las musas en el Parnaso Apolo rige el santuario y el Monte Parnaso es habitado por las Musas. Había que ir con sanas intenciones de saber más, con
toda la humildad de un ser pequeño y
vulnerable.
En la subida parecía yo estar
en otra cosa, no sabía a dónde iba, me deje arrastrar por la masa,
permaneciendo abotargado.
Nos paramos para ver las
esplendidas vistas del valle, antes de llegar a las columnas que indicaban un
lugar importante, mas mi preocupación era mayor, en apariencia, por colocarme
bajo una sombra que me protegiese del sol de mediodía que de informarme sobre que
era o que representaba todo aquello.
En uno de aquellos muros
reconstruidos me senté en el suelo, en la tierra, los paseantes y compañeros de
viaje sonreían y comentaban mi apalancamiento, alguien me hizo una fotografía
que es la más representativa de lo que me estaba pasando, estaba en el muro de
la entrada del Templo de Apolo y santuario de Delfos. No pasé de la entrada,
estaba cansado. Había que subir a ver el Teatro y al Stadium, pero no me
apetecía ver nada más.
No fotografié el templo en
su totalidad, pues no era consciente de lo que aquello era, parecía que estaba
en otra cosa, el turismo no era mi asunto. Aunque había preparado que cuando
llegase solicitaría un oráculo, ni me enteré que aquel era el momento, que
estaba allí.
Me dijeron que subir al
Stadium llevaría 30 minutos y que la conservación de las ruinas no era buena en
comparación con el Teatro de Epidauro o del Estadio de Olimpia, ya vistos, por
lo que bajamos con el pretexto de ver las ruinas de la Thula, vista frustrada
por culpa de una cerveza fresca en el bar del aparcamiento.
Tal vez, el oráculo definió
su mensaje, cuya interpretación, que hice en aquel momento ya sereno mientras
refrescaba el gañote, sería que: “No es tan importante llegar o pedir, si no
que había que estar a la sombra fresquito y proveerse de filtros que
protegiesen de la radiación solar”.
Por la noche la súper
Pitonisa aclaró su oráculo:
“Si encuentras una muralla
en tu camino, en vez de superarla, planta un jardín delante de ella”.
Aquella misma mañana empecé
a planear como elegiría el lugar para plantar el jardín y como me las ingeniaría
para desbrozar y arrancar las primeras piedras del huerto.
Sabía que no sería fácil.